Los recursos auxiliares del lenguaje museográfico

Efectivamente el lenguaje museográfico es poco explícito, característica que, como se ha comentado, comparte con otros lenguajes, pues tampoco es explícito el lenguaje musical, ni lo es el lenguaje de la danza. Como todos estos lenguajes, el lenguaje museográfico precisa de la participación del receptor en la construcción del mensaje. Esto no es una desventaja sino más bien lo contrario, pues los lenguajes que reclaman una participación e implicación plena del receptor quizá sean menos precisos pero son más eficaces en muchos aspectos de la comunicación.

Todos los lenguajes poco explícitos pueden requerir, puntualmente, algún pequeño detalle de explicitación. Esto se consigue dejando entrar en escena, por poco tiempo, sutilmente y sin protagonismo, a otro lenguaje que se caracteriza, sobre todo, por su capacidad para ser más conciso.

Los pintores —por poner un ejemplo— emplean otro lenguaje aparte del pictórico, como es el lenguaje escrito en el título de sus cuadros. A veces quizá puede parecer redundante (Niños comiendo uvas y melón. Murillo, 1645-1646), o extraordinariamente sugerente (Las señoritas de Avignon. Picasso, 1907). Pero siempre es poca cosa, muy moderada y con un papel auxiliar, pues lo principal, lo nuclear y lo protagonista es y debe ser el lenguaje pictórico en este caso.

Por seguir con los ejemplos. En el lenguaje cinematográfico es habitual usar recursos de otros lenguajes a nivel auxiliar, tal y como el lenguaje escrito. Sería el caso del breve texto que parece avanzar hacia la profundidad del espacio sideral, y que tan bien sitúa al espectador al comienzo de todas las entregas de Star Wars.
En el caso del lenguaje museográfico, los recursos auxiliares más habitualmente empleados se corresponden con los productos propios de tres lenguajes:1

• Lenguaje gráfico: normalmente la cartela propia de cada ámbito o elemento museográfico. Además de texto escrito puede contener esquemas, fotos u otros elementos gráficos. En todo caso, su brevedad suele ser un aspecto
clave, ya que su papel debe reducirse al de una contextualización mínima y precisa.
Lenguaje audiovisual: el video o el cine. O más recientemente las infografías u otros recursos digitales de alta tecnología y de toda índole.
Lenguaje oral: con la visita comentada/guiada/dinamizada o incluso teatralizada como principal exponente. En ocasiones sumando aspectos propios del lenguaje escénico.

Como la sal o la pimienta, empleados en dosis muy comedidas, recurriendo de forma muy moderada a ellos y respetando el indiscutible protagonismo del lenguaje museográfico en la exposición, los productos propios de los tres lenguajes anteriores pueden tener un efecto ideal como recursos auxiliares, en el sentido de que aportan ese relámpago de explicitación que a veces actúa como buen catalizador de los lenguajes poco explícitos.

Cabe también destacar que los recursos auxiliares anteriormente mencionados no son estrictamente exclusivos de la experiencia museográfica. Por citar un par de ejemplos: una buena experiencia gastronómica puede ser complementada por algunos previos, oportunos y breves comentarios del metre; o un conciso y breve díptico impreso repartido a los asistentes, puede suponer un interesante soporte a la experiencia intelectual propia de asistir a un concierto musical.


En ocasiones se identifica con el concepto de mediación2en el contexto de una exposición o museo, a todos aquellos recursos relacionados con el lenguaje oral empleado por los educadores —típicamente en el contexto de una visita comentada o similar—. En sentido estricto, también podría considerarse mediación también en el contexto de la exposición a todos los recursos relacionados con el lenguaje gráfico y con el lenguaje audiovisual.


Lamentablemente no siempre se entiende bien la sutileza de los estímulos intelectuales que caracterizan al lenguaje museográfico, probablemente porque en una primera aproximación superficial las capacidades del lenguaje museográfico pueden resultar aparentemente escasas. Este podría ser uno de los motivos por los que con frecuencia se opta por insertar —a veces incluso con vehemencia— abundantes productos de otros lenguajes en el ámbito de la exposición, con el bienintencionado propósito de hacerla innecesariamente explícita, y en ocasiones consiguiendo que devenga evidente y plana, paradójicamente poco museística o incluso ensordecedora3 En estos casos parece que no se confíe lo suficiente en la eficiencia propia del lenguaje museográfico, seguramente por no conocer a fondo sus procesos ni posibilidades.

De este modo, a menudo las exposiciones se pretenden resolver —sorprendentemente— a base de sobredimensionar los recursos auxiliares, y hay promotores de exposiciones que parecen convencidos de que el video de un fenómeno o la foto de un objeto son soluciones oportunas en el contexto de una exposición, ello a pesar de que casi nadie se conformaría con ver un video de la Cueva de Altamira si pudiera entrar en la Cueva de Altamira. Afortunadamente, a Bartolomé Esteban Murillo no se le ocurrió prescindir de sus pinceles para realizar su mencionado cuadro de 1645, en base de escribir un texto explicativo de la escena de lado a lado de su blanco lienzo de 145,6 cm × 103,6 cm.


Debe tenerse en cuenta que ciertos productos gráficos —como los cuadros pictóricos o determinadas fotografías— no deben ser considerados recursos auxiliares basados en otros lenguajes, pues en estos casos ostentan el papel de objetos e incluso de fenómenos en el entorno de la exposición. Algo similar en relación a objetos y también a fenómenos podría decirse de ciertos dispositivos y procedimientos de proyección de determinadas producciones audiovisuales en algunas exposiciones.


En algunos casos este abuso equivocado de los recursos auxiliares en el ámbito de la exposición, se debe a un profundo o incluso total desconocimiento del potencial y recursos del lenguaje museográfico. En otras ocasiones responde a una intención de reducir la realización de una exposición a hacer algo sobre todo barato y/o rápido, que resulte atractivo y que pueda anunciarse como visitable. Por último, hay que considerar el empeño determinado de los profesionales de los recursos auxiliares, que en ocasiones pondrán todo lo posible de su parte a fin de convencer a sus clientes de que una exposición relevante se hace a base de lo que ellos ofrecen.

La sobreutilización de la sal y la pimienta arruina, pues, el guiso del lenguaje museográfico. Y lo hace al menos a los tres niveles anteriormente comentados:
Lenguaje gráfico: la exposición reduce al visitante a lector. El proyecto deviene un producto esencialmente gráfico compuesto en gran formato, que combina texto, grafismos e imágenes—a veces también con algunos videos—. Cabe plantearse en estos casos si es oportuno en pleno siglo XXI proponer a los visitantes pasear por una sala leyendo de pie.
Lenguaje audiovisual/infográfico: la exposición reduce al visitante a usuario. Cabe plantearse en estos casos si, en lugar de una exposición, diseñar algo como una buena web no sería algo mucho más barato y que llegaría a muchas más personas. Por otra parte, es preciso no olvidar la inmensa cantidad de recursos de este tipo que hoy en día tienen los visitantes a su alcance con sólo echar mano del smartphone que llevan en sus bolsillos, y que puede llegar a hacer del todo superflua la visita presencial a una exposición así entendida.
Lenguaje oral: La exposición reduce al visitante a espectador. El orador adquiere el máximo protagonismo. Cabe plantearse en estos casos si no sería mejor articular un ciclo de conferencias, una buena obra de teatro o incluso un programa de actuaciones de monologuistas, antes que una exposición.

Completando ahora el ejemplo anterior: sería bastante improcedente escuchar una disertación de veinte minutos del metre mientras los comensales esperan con el plato encima de la mesa; o recibir un documento de cien páginas como programa de mano al entrar a un concierto…4


Desde aquí se reivindica el respeto a los cauces propios del lenguaje museográfico, incluso a pesar de su sutileza. Del mismo modo que no es teatro todo lo que se haga encima de un escenario, no todo lo que «quepa» en una sala de exposición y pueda resultar de alguna manera «visitable», será oportuno a la experiencia intelectual, delicada, única y cautivadora propia del lenguaje museográfico.


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  1. Obsérvese que los tres casos tienen su correspondiente reflejo en diferentes tecnologías digitales. Por otra parte: estos recursos auxiliares también pueden aparecer en los usos del lenguaje museográfico fuera del museo anteriormente mencionados. En aquellos casos es habitual que se complementen ciertos aspectos del lenguaje museográfico con cartelas de texto o incluso con pantallas de video explicativas, por ejemplo.
  2. A veces se emplea el concepto facilitación, el cual sugiere que la exposición plantea dificultades comunicativas que, por usar este término, resultan sorprendentemente asumidas y reconocidas de forma implícita.
  3. En los casos en los que se pretenda transmitir mucha información o ser muy explícito, concreto o conciso, es casi seguro que otros lenguajes serán más apropiados que el museográfico, de modo que probablemente sea más eficiente y eficaz hacer una web, un libro o un video que hacer una exposición.
  4. …O que el célebre texto introductorio escrito de los films de la saga Star Wars, se dilatara durante media hora…
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