En su libro de 1650 Musurgia universalis, Athanasius Kircher (1601-1680) describe unos bustos que denomina statua citofonica, los cuales son explicados con detalle por Yakov Perelman: «enormes tubos acústicos, emparedados en los edificios, recogían los sonidos de la calle o del patio y los conducían a las bocas de los bustos de piedra expuestos junto a la pared de una de las salas. A los visitantes les parecía que los bustos musitaban o susurraban algo»
Los statua citofonica sirven ahora de poética metáfora de la capacidad comunicativa de los elementos de la exposición como producto propio del lenguaje museográfico, así como de la pertinencia del museo contemporáneo para recoger y acoger toda la actividad del ser humano, indistintamente de las disciplinas.