En este esquema de doble entrada se introduce en líneas generales cómo los dos activos del lenguaje museográfico anteriormente desarrollados (objeto y fenómeno), en función de su aplicación comunicativa en la exposición, dan lugar a los cuatro recursos comunicacionales del lenguaje museográfico: la Pieza, el Modelo, la Demostración y la Analogía:
El lenguaje museográfico se caracteriza fundamentalmente porque sus activos básicos (objeto y fenómeno tangibles) son los componentes de la realidad tangible.
Todos los lenguajes pueden emplearse de forma literal o de forma metafórica. En el lenguaje museográfico también sucede que un objeto o fenómeno, a pesar de ser reales y tangibles, pueden emplearse, bien literalmente (se presentan), o bien representando metafóricamente a otra cosa o concepto. En este último caso afloran los recursos del modelo y la analogía en la columna de la derecha, que, por ser reales y tangibles se consideran también recursos museográficos de pleno derecho, aunque ostentan un grado de mediación mayor que la pieza y la demostración. Hay que tener en cuenta que esta mediación que precede al modelo y a la analogía, como intervención externa que en última instancia es, puede suponer un cierto acotamiento expresivo que conocen en menor medida la pieza y la demostración1
A pesar de la clasificación conceptual que propone el esquema anterior, es muy importante destacar que fenómenos y objetos, como activos del lenguaje museográfico, son profundamente interdependientes y se hallan íntimamente imbricados como elementos que, juntos, componen la realidad; relación que también se da, por cierto, entre los recursos de otros lenguajes. La mayoría de los fenómenos tiene asociado uno o varios objetos que posibilitan su emergencia en el ámbito expositivo. Análogamente, ciertos objetos cobran todo su significado cuando posibilitan el desencadenado de un fenómeno en particular.
Un ejemplo típico de lo anterior es la creación de un arcoíris en el entorno de un museo. El arcoíris (fenómeno) es posible gracias a un rayo de luz blanca y a un prisma de vidrio que lo descompone (objeto). En el mismo sentido aunque con protagonismo quizá más equilibrado, un ánfora de aceite del siglo XI (objeto) podría aún conservar en su interior cierto aroma al aceite de oliva que originalmente contenía (fenómeno).
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