En este texto se sostiene que existe un lenguaje llamado lenguaje museográfico. Es un lenguaje que, como cualquier otro, tiene sus propias características y recursos comunicativos, los cuales lo hacen singular y necesario, diferenciándolo así de otros lenguajes.
Un mismo mensaje —sea del tipo que sea: ideas, sensaciones, pensamientos, emociones, hechos, conceptos…— puede expresarse a través de diferentes lenguajes a fin de ser comunicado. Es posible leer un libro sobre una temática o argumento determinado y también ver una película sobre lo mismo. En ambos casos obtendremos una experiencia comunicativa diferente y complementaria, de modo que se justificará plenamente la necesidad del lenguaje literario en un caso y la del lenguaje cinematográfico en el otro, ambos actuando de forma autónoma e independiente. Cada uno de estos lenguajes tiene además su producto comunicacional propio: el libro y la película respectivamente en este caso. Es también posible aplicar estos lenguajes a infinidad de propósitos, de modo que se puede, por ejemplo, escribir un libro —o filmar una película— con una intención lucrativa, o bien con idea de contribuir a transformar ciertos comportamientos sociales.1
Del mismo modo, sería posible también emplear el lenguaje museográfico en el mismo mensaje del ejemplo anterior. En esta ocasión el producto comunicacional propio sería la exposición, y naturalmente ésta habrá de ofrecer algo comunicativamente hablando que no puedan ofrecer la película ni el libro, y que permita un enfoque complementario y enriquecedor acerca del mensaje que se quiere transmitir.
De modo análogo a cómo el lenguaje cinematográfico tiene como producto propio la película, el lenguaje museográfico tiene como producto propio la exposición.
Con frecuencia se mencionan diversas cosas como aspectos característicos de la experiencia museográfica. Se comenta, por ejemplo, la importancia de que exista una capacidad narrativa, de modo que la exposición pueda contar historias. También se dice que debe haber una base emocional y afectiva fundamentada en diferentes activos estéticos que produzcan fascinación, a fin de que el mensaje se transmita con eficiencia en el ámbito de la exposición; o también que es importante embarcarse en un amplio proceso creativo para hacer un producto expositivo bueno. Se sostiene incluso que la exposición debe aspirar a generar en el visitante un estímulo por la búsqueda de conocimiento, más que a trasladarle datos.
En mi libro de 2019 El Museo de Ciencia Transformador2, desarrollé este tema, sosteniendo que todo lo anterior no son características exclusivas de la experiencia museográfica, sino que en realidad son aspectos propios de cualquier lenguaje que pretenda cierta efectividad. Por ejemplo: la exposición efectiva apela a aspectos afectivos y emocionales del visitante, y además su eficiencia dependerá en buena medida del nivel de los conocimientos previos de los visitantes, pero eso mismo es igualmente cierto en el caso del lenguaje musical, en el caso del lenguaje escénico propio del teatro o, sencillamente, durante la clase de un buen profesor. En suma: todo lo que se dice de la experiencia museográfica y que en realidad sería válido para todos los lenguajes, demuestra que el lenguaje museográfico es efectivamente un lenguaje más, tan autónomo, pleno e independiente como cualquier otro.
El museo contemporáneo podría entenderse como un medio de comunicación que emplea el lenguaje museográfico, dedicándolo a un propósito educativo.
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- En todos los casos, serán los mecanismos de evaluación aplicados en cada ocasión los que revelarán con toda claridad cuáles eran los objetivos originales pretendidos.
- https://www.elmuseodecienciatransformador.org/algunas-caracteristicas-generales-delos-lenguaje-de-comunicacion/